jueves, 15 de diciembre de 2016

EL RELATO DE UN SOBREVIVIENTE

Después, Daniela me llevó a conocer a Don Ángel Cruz. Él estuvo dentro del camión esa siesta.
Una semana antes Ángel estaba en Buenos Aires pasando sus últimos días en el Servicio Militar Obligatorio. — Me dieron de baja. Salí con la “baja de honor” al 20 masomenos.
 “Angelillo”, como lo conocen en Casas Viejas, había viajado dos días en tren y llegó el día anterior al accidente.
— Al llegar, lo primero que pregunté era ¿Dónde juega San Guillermo? Le contaron que enfrentarían a Peñarol. Un equipo de la localidad de Santa Cruz que desde ese año jugaba en la Liga de El Mollar luego de ser desafiliado por reiterados incidentes del Campeonato de Tafí del Valle.
Luego de un año en la colimba llegó feliz y contento (así lo definió él mismo). —Era mucho tiempo para mí. Volví con ganas de ver a mi gente, a la familia y al club.
El 23 de diciembre amaneció lloviendo y continúo así. El día siguiente comenzó de la misma manera.
Don Ángel tenía 20 años de edad en 1967 y, como todos, recuerda casi todos los detalles de esa jornada. Comenzaron a preguntar entre los miembros del equipo y de la comisión directiva cuál sería la decisión. — Empezamos a preguntar ¿Vas a ir? Algunos decían si, otros no. En definitiva, se hace el viaje”, recuerda Don Ángel. En ese momento él era jugador. Tampoco sabía si iba a jugar debido a que hace un año que no estaba en el club. “No me importó si jugaba o no. Yo iré a ver el partido.
Antes del mediodía llegó al barrio el camión. Un Ford F-350 manejado por “Tito Mamaní” acompañado por su hijo Luis Antonio, de 10 años. — Empezaron a descartar la presentación de la quinta división. Pensaban que los chicos no iban a querer ir o los padres no los dejarían jugar. Era entendible.
En un momento de charla, “Angelillo” reflexiona sobre la decisión tomada en ese momento. — Fue una imprudencia total con el estado del tiempo desde la parte dirigencial y una irresponsabilidad del dueño del camión”, piensa Don Ángel. “Dije ma’si que nos mojemos un poco. Éramos jóvenes y no lo pensamos”. “No tendríamos que haber ido. Menos a un lugar tan lejos.
A las 11:30, el Ford F-350 salió desde la cancha de San Guillermo hacia el sur. Pasó por El Mollar, luego por Las Lomitas y bajó hasta La Angostura (actualmente funciona una estación de servicio en ese lugar). Desde ahí el contingente continuó por la Ruta Provincial 307. Llegó a La Villa de Tafí. Y pasan por primera vez el badén donde se produciría luego la tragedia. — Pasamos bien el río en ese momento. Pero ya tenía agua sucia. En el camino de ida superan un arroyo seco que llevaba poca agua. El vehículo continuó un kilómetro más en subida. Salieron de La Banda, la lluvia se había vuelto más intensa y aumentaba la pendiente.  El camión llegó hasta ahí y empezó a patinar. Nos asustamos todos. El camionero intentaba sortear el problema y seguir.
Don Angelillo vuelve a reflexionar. — Una tremenda responsabilidad. ¿Qué podíamos haber perdido? Tres puntos. O lo podíamos haber peleado en la reunión de la liga.
El vehículo comenzó a retroceder. Ahí recién se decidió volver. — Recién tomamos conciencia de que estábamos mal y que la vida de todos estaba en peligro.
En la caja se escuchaba: “nos vuelvamos, nos vuelvamos”. — Yo pensaba el camión se nos va a ir de cola, se nos va a dar vuelta y va a ser terrible.
El contingente desistió su idea de continuar el viaje y emprendió el regreso. — El arroyo seco que tenía poca agua, al regreso ya llevaba un caudal importante de agua negra. Encaró el camión y se quería quedar. Si nos quedábamos ahí nos salvamos.
Pudo pasar el arroyo. – Estábamos a 800 metros. Encaramos el rio en el que convergen el de El Churqui con el de Las Carreras. El Caudal era enorme.
El vehículo se dispuso a pasar nuevamente por el badén. ­— Como ya pasó la creciente había traído arena y piedra. Entonces la parte donde tenía que pasar el camión tenía estos áridos. No estaba tan caudaloso. Lo podía pasar.

Cuando el camión encaró el badén llegó sólo hasta la mitad. — Empezó a patinar. Se trabó por las piedras y por la arena. Y la lluvia no paraba.
Don Angelillo recuerda de memoria las escenas posteriores. — Yo me encontraba en la parte delantera del vehículo, detrás de la cabina del conductor. Íbamos abrazado con un Señor de Apellido Guanco, era tesorero del club. Tiraba, tiraba, tiraba, el Ford 350. Habríamos estado ahí 4 minutos. En ese lugar, tengo entendido, que se bajaron los que estaban en la parte de atrás del vehículo. Levantaron la carpa, descendieron y salieron del rio. El resto, no.
El desastre estaba por comenzar. De pronto un griterío infernal. “Viene la creciente, viene la creciente”. “Ahh…ahh” gritaban todos los ocupantes. Fue un desbande total.
La batalla por ganarle al barro y las piedras había empezado para Don Ángel. — Como yo estaba atrás de la cabina, levanté la carpa.
Un egoísmo propio de su desesperación invadió a Don Ángel. — En ese momento tan jodido, uno ve por uno mismo. Escuche que gritaban. Había mujeres adentro de la caja. El grito de ellas fue tremendo.
El tiempo se detiene para mí cuando Don Ángel nos cuenta la manera en la que se salvó. ­ Subí a la cabina del camión. Bajé por la trompa del camión. Pegué un salto con la idea de caer al agua y salir por adelante. Pero, en ese mismísimo instante miramos hacia donde venía la creciente, al el Cerro Muñoz. Y se venía dando vuelta todo. Era como un cerro que venía girando. Era una ola grande. Tenía como 5 metros de altura. Cuando pegué el salto y me choca el agua y me zambullo al badén. Y me empezó a llevar rio abajo.
Sumergido en el río, Don Ángel comenzó otro round en contra de la creciente. ­Me acuerdo clarito cuando me sumergió. Me llevó a la profundidad. Yo sostenía la respiración. Sabía nadar pero era imposible. Al minuto, sentí un golpe en la cadera que me abrió una herida. El río me arrastró 50 metros más. Me dejó sacar la cabeza y siento que me vuelve a hundir de vuelta otros 50 metros más.

 Las esperanzas de salvarse aparecen para él.  ­—  Dije Dios está de mi lado. Pude volver a sacar la cabeza y respirar. Estaba a la orilla del rio. Me agarré, como pude, de las piedras, unos 300 metros más abajo.
La suerte también apareció. ­Diez metros más abajo, el río giraba hacia la derecha y se encajonaba. Dicen que la mayoría murió ahí.
Don Ángel se encontraba a pocos metros de salvarse. ­—  No se podía nadar por la velocidad del agua y las piedras. Intenté y no pude. Llegué a orilla, había quedado como muerto y me toqué la cabeza. Parecía que había perdido todo, como si me hubieran revocado con barro.
Entre tanta angustia, intentó sonreír contando que no increíblemente no había perdido sus zapatos y su polera color borravino le había quedado de pollera.
Los primeros rescates comenzaron unos minutos después del desastre. Empezaron a llegar las ambulancias. A mí me llevó una camioneta con otros dos muchachos más. Nos llevaron al Rancho de Félix (restaurante céntrico que aún conserva ese nombre) y nos metieron en el baño. Luego fuimos al hospital y nos internan. Tenía raspaduras por todos lados pero lo único grave que tenía era la herida en la cadera.

En el hospital ambulancias, camionetas particulares y patrulleros policiales llegaban con heridos y muertos. Sentía las sirenas y empezaban a llegar más y más personas. Estaba desesperado por saber pero no me dejaban levantar.  Desde ahí podíamos preguntar a las enfermeras lo que estaba pasando. Ya se sabía que había muchos muerto y heridos.
La desesperación por saber qué compañeros habían fallecido y cuáles estaban heridos se mezclaban con la impotencia de no poder avisarles a sus padres que estaba vivo.
Yo le pregunté en qué pensaba mientras estaba internado. Él me contestó ­En quien no pensaba sino en mi mamá. Yo estuve un año en el servicio militar y hacia dos días que había vuelto.
Su padre al enterarse del accidente fue hasta el lugar para buscar a “Angelillo”. Cuando mi papa se enteró del accidente, agarró su caballo. Tuvo un tremendo susto. Llegó al Ojo de Agua y empezó a encontrar muertos. El me buscaba a mí. Y no, y no, y no, y no.
Mis lágrimas vuelven a salir al escribir estas líneas como en el momento donde Don Ángel me contaba su reencuentro con el padre. Mi papá no llegaba y no llegaba. Me preguntaba a mí mismo ¿No sabrán? ¿No se habrán enterado? Mi papá llegó casi a la noche. La única esperanza que le queda es que yo estuviera en el hospital. Cuando me vio, me agarró, me abrazó, me besó y me preguntó cómo estaba. Y me dice, me voy ya por tu mamá. Ella estaba re mal.
Su mamá ya iba caminando por cerca de la cancha de San Guillermo cuando la encontró el padre de Angelillo. le dijo que yo estaba bien. Que solo tenía un golpe en la cadera.
Don Ángel recibió el alta medico al otro día y fue directo al velorio que se había montado en la cancha. Ese campo de juego, que había sido escenario de distintas alegrías, ahora recibía a sus jugadores, simpatizantes y dirigentes para que los vecinos le dieran el último adiós.   Cuando llegué a la cancha de San Guillermo estaban todos los féretros. Fue tremendo y triste  ver a todos los cajones uno al lado del otro.
Un silencio se hace presente para que Don Ángel trague un poco de saliva. Fue una Tristeza total. Hubo vecinos que perdieron dos o tres familiares. Fue tremendo para las familias y para el club. Había gente pionera del club y que lo amaba como Román Ríos y Adrián Guanco.
Luego de contarnos la historia, Don Ángel Cruz nos contó como hicieron para superar este profundo dolor que sumergía en la tristeza al club y todos los vecinos. Quedamos golpeados y desarmados. Pero había un espíritu de lucha y la mejor forma de honrar a esas personas era levantar el club.

Luego de la primera reunión después del accidente, la Comisión Directiva lo nombró Secretario General.

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