Una semana
antes Ángel estaba en Buenos Aires pasando sus últimos días en el Servicio
Militar Obligatorio. — Me dieron de baja. Salí con la “baja de honor” al 20
masomenos.
“Angelillo”, como lo conocen en Casas Viejas,
había viajado dos días en tren y llegó el día anterior al accidente.
— Al
llegar, lo primero que pregunté era ¿Dónde juega San Guillermo? Le contaron que
enfrentarían a Peñarol. Un equipo de la localidad de Santa Cruz que desde ese
año jugaba en la Liga de El Mollar luego de ser desafiliado por reiterados
incidentes del Campeonato de Tafí del Valle.
Luego de un
año en la colimba llegó feliz y contento (así lo definió él mismo). —Era mucho
tiempo para mí. Volví con ganas de ver a mi gente, a la familia y al club.
El 23 de
diciembre amaneció lloviendo y continúo así. El día siguiente comenzó de la
misma manera.
Don Ángel
tenía 20 años de edad en 1967 y, como todos, recuerda casi todos los detalles
de esa jornada. Comenzaron a preguntar entre los miembros del equipo y de la
comisión directiva cuál sería la decisión. — Empezamos a preguntar ¿Vas a ir?
Algunos decían si, otros no. En definitiva, se hace el viaje”, recuerda Don Ángel.
En ese momento él era jugador. Tampoco sabía si iba a jugar debido a que hace
un año que no estaba en el club. “No me importó si jugaba o no. Yo iré a ver el
partido.
Antes del
mediodía llegó al barrio el camión. Un Ford F-350 manejado por “Tito Mamaní”
acompañado por su hijo Luis Antonio, de 10 años. — Empezaron a descartar la
presentación de la quinta división. Pensaban que los chicos no iban a querer ir
o los padres no los dejarían jugar. Era entendible.
En un
momento de charla, “Angelillo” reflexiona sobre la decisión tomada en ese
momento. — Fue una imprudencia total con el estado del tiempo desde la parte
dirigencial y una irresponsabilidad del dueño del camión”, piensa Don Ángel.
“Dije ma’si que nos mojemos un poco. Éramos jóvenes y no lo pensamos”. “No
tendríamos que haber ido. Menos a un lugar tan lejos.
A las
11:30, el Ford F-350 salió desde la cancha de San Guillermo hacia el sur. Pasó
por El Mollar, luego por Las Lomitas y bajó hasta La Angostura (actualmente
funciona una estación de servicio en ese lugar). Desde ahí el contingente
continuó por la Ruta Provincial 307. Llegó a La Villa de Tafí. Y pasan por
primera vez el badén donde se produciría luego la tragedia. — Pasamos bien el
río en ese momento. Pero ya tenía agua sucia. En el camino de ida superan un
arroyo seco que llevaba poca agua. El vehículo continuó un kilómetro más en
subida. Salieron de La Banda, la lluvia se había vuelto más intensa y aumentaba
la pendiente. El camión llegó hasta ahí
y empezó a patinar. Nos asustamos todos. El camionero intentaba sortear el
problema y seguir.
Don
Angelillo vuelve a reflexionar. — Una tremenda responsabilidad. ¿Qué podíamos
haber perdido? Tres puntos. O lo podíamos haber peleado en la reunión de la
liga.
El vehículo
comenzó a retroceder. Ahí recién se decidió volver. — Recién tomamos conciencia
de que estábamos mal y que la vida de todos estaba en peligro.
En la caja
se escuchaba: “nos vuelvamos, nos vuelvamos”. — Yo pensaba el camión se
nos va a ir de cola, se nos va a dar vuelta y va a ser terrible.
El
contingente desistió su idea de continuar el viaje y emprendió el regreso. — El
arroyo seco que tenía poca agua, al regreso ya llevaba un caudal importante de
agua negra. Encaró el camión y se quería quedar. Si nos quedábamos ahí nos
salvamos.
Pudo pasar
el arroyo. – Estábamos a 800 metros. Encaramos el rio en el que convergen el de
El Churqui con el de Las Carreras. El Caudal era enorme.
El vehículo
se dispuso a pasar nuevamente por el badén. — Como ya pasó la creciente había traído
arena y piedra. Entonces la parte donde tenía que pasar el camión tenía estos áridos.
No estaba tan caudaloso. Lo podía pasar.
Cuando el
camión encaró el badén llegó sólo hasta la mitad. — Empezó a patinar. Se trabó
por las piedras y por la arena. Y la lluvia no paraba.
Don Angelillo recuerda de memoria las escenas posteriores. — Yo me encontraba en la parte delantera del vehículo,
detrás de la cabina del conductor. Íbamos abrazado con un Señor de Apellido
Guanco, era tesorero del club. Tiraba, tiraba, tiraba, el Ford 350. Habríamos
estado ahí 4 minutos. En ese lugar, tengo entendido, que se bajaron los que
estaban en la parte de atrás del vehículo. Levantaron la carpa, descendieron y
salieron del rio. El resto, no.
El desastre estaba por comenzar. — De
pronto un griterío infernal. “Viene la creciente, viene la creciente”.
“Ahh…ahh” gritaban todos los ocupantes. Fue un desbande total.
La batalla por ganarle al barro y las piedras había
empezado para Don Ángel. — Como yo estaba atrás de la
cabina, levanté la carpa.
Un egoísmo
propio de su desesperación invadió a Don Ángel. — En ese momento tan jodido,
uno ve por uno mismo. Escuche que gritaban. Había mujeres adentro de la caja.
El grito de ellas fue tremendo.
El tiempo se detiene para mí cuando Don Ángel nos cuenta la
manera en la que se salvó. — Subí
a la cabina del camión. Bajé por la trompa del camión. Pegué un salto con la
idea de caer al agua y salir por adelante. Pero, en ese mismísimo instante
miramos hacia donde venía la creciente, al el Cerro Muñoz. Y se venía dando
vuelta todo. Era como un cerro que venía girando. Era una ola grande. Tenía
como 5 metros de altura. Cuando pegué el salto y me choca el agua y me zambullo
al badén. Y me empezó a llevar rio abajo.
Sumergido en el
río, Don Ángel comenzó otro round en contra de la creciente. — Me acuerdo clarito cuando me sumergió. Me llevó a la profundidad. Yo
sostenía la respiración. Sabía nadar pero era imposible. Al minuto, sentí un
golpe en la cadera que me abrió una herida. El río me arrastró 50 metros más.
Me dejó sacar la cabeza y siento que me vuelve a hundir de vuelta otros 50
metros más.
La suerte también apareció. — Diez
metros más abajo, el río giraba hacia la derecha y se encajonaba. Dicen que la
mayoría murió ahí.
Don Ángel se encontraba a pocos metros de salvarse. — No se podía nadar por la velocidad del agua y las
piedras. Intenté y no pude. Llegué a orilla, había quedado como muerto y me
toqué la cabeza. Parecía que había perdido todo, como si me hubieran revocado
con barro.
Entre tanta angustia, intentó sonreír contando que
no increíblemente no había perdido sus zapatos y su polera color borravino le había
quedado de pollera.
Los primeros rescates comenzaron unos minutos
después del desastre. — Empezaron a llegar las ambulancias. A mí me llevó
una camioneta con otros dos muchachos más. Nos llevaron al Rancho de Félix
(restaurante céntrico que aún conserva ese nombre) y nos metieron en el baño.
Luego fuimos al hospital y nos internan. Tenía raspaduras por todos lados pero
lo único grave que tenía era la herida en la cadera.
En el hospital ambulancias, camionetas particulares
y patrulleros policiales llegaban con heridos y muertos. — Sentía
las sirenas y empezaban a llegar más y más personas. Estaba desesperado por
saber pero no me dejaban levantar. Desde
ahí podíamos preguntar a las enfermeras lo que estaba pasando. Ya se sabía que
había muchos muerto y heridos.
La desesperación por saber qué compañeros habían
fallecido y cuáles estaban heridos se mezclaban con la impotencia de no poder
avisarles a sus padres que estaba vivo.
Yo le pregunté en qué pensaba mientras estaba
internado. Él me contestó — En quien no pensaba sino en mi mamá. Yo estuve un
año en el servicio militar y hacia dos días que había vuelto.
Su padre al enterarse del accidente fue hasta el
lugar para buscar a “Angelillo”. —Cuando mi papa se enteró del accidente, agarró su
caballo. Tuvo un tremendo susto. Llegó al Ojo de Agua y empezó a encontrar
muertos. El me buscaba a mí. Y no, y no, y no, y no.
Mis lágrimas vuelven a salir al escribir estas
líneas como en el momento donde Don Ángel me contaba su reencuentro con el
padre. — Mi
papá no llegaba y no llegaba. Me preguntaba a mí mismo ¿No sabrán? ¿No se
habrán enterado? Mi papá llegó casi a la noche. La única esperanza que le queda
es que yo estuviera en el hospital. Cuando me vio, me agarró, me abrazó, me
besó y me preguntó cómo estaba. Y me dice, me voy ya por tu mamá. Ella estaba
re mal.
Su mamá ya iba caminando por cerca de la cancha de
San Guillermo cuando la encontró el padre de Angelillo. —
le dijo que yo estaba bien. Que solo tenía un golpe en la cadera.
Don Ángel recibió el alta medico al otro día y fue
directo al velorio que se había montado en la cancha. Ese campo de juego, que
había sido escenario de distintas alegrías, ahora recibía a sus jugadores,
simpatizantes y dirigentes para que los vecinos le dieran el último adiós. — Cuando llegué a la cancha de San Guillermo
estaban todos los féretros. Fue tremendo y triste ver a todos los cajones uno al lado del otro.
Un silencio se hace presente para que Don Ángel
trague un poco de saliva. — Fue una Tristeza total. Hubo vecinos que perdieron
dos o tres familiares. Fue tremendo para las familias y para el club. Había
gente pionera del club y que lo amaba como Román Ríos y Adrián Guanco.
Luego de contarnos la historia, Don Ángel Cruz nos
contó como hicieron para superar este profundo dolor que sumergía en la
tristeza al club y todos los vecinos. — Quedamos golpeados y desarmados. Pero había un
espíritu de lucha y la mejor forma de honrar a esas personas era levantar el
club.
Luego de la primera reunión después del accidente,
la Comisión Directiva lo nombró Secretario General.